El día en que acudí a visitar esta última individual de Juan Francisco Casas (La Carolina, Jaén, 1976) había a la puerta de la galería Fernando Pradilla un animado grupo de adolescentes -y no tanto- que, sabiendo, como ya sabía, a lo que iba, imaginé que algo tendrían que ver con la exposición. Luego resultó ser que no, que sólo eran, al igual que yo, simples visitantes.
Una galería llena de muchachos hasta la bandera no es, ni mucho menos, cosa frecuente, y aunque uno no deba dejarse influir, para estas lides de la crítica, por los números, tampoco puede ignorar lo que significan. Indudablemente, la obra de Juan Francisco Casas sintoniza con la sensibilidad juvenil, no sólo debido a su temática -escenas chocantes, procaces, divertidas, protagonizadas por el círculo de amigos del artista-, sino también a la manera elegida para representar todas estas cuestiones.
Lo cierto es que a la vista está que el realismo plano del artista -efectista y, en tal sentido, intachable- logra hacer al espectador vicarialmente partícipe de esta colección de «gamberradas», gracias a un virtuosismo gráfico y pictórico perfectamente calculado -también en los procedimientos empleados- que cumple de sobra con su cometido.
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